Verdaderamente
inigualables son las cotas de perfección a las que han llegado las técnicas
culinarias internacionales. Mas no solo del laboratorio han salido las mejores
creaciones de nuestros chefs actuales, sino también de libros antiguos, de
escuelas internacionales, de viajes alrededor del globo para conocer otras
culturas y de profesionales reconocidos por su afán investigador. Una hermosa
cualidad que debemos agradecer a estos eruditos del fogón, es que este afán
investigador comience siempre por el producto una vez obtenido, pues de lo
contrario, la sociedad, su arte y más nuestros estómagos se verían enfrentados
al dantesco universo cuyo solo nombre provoca fiebres, pesadillas, vómitos: las
granjas y mataderos. No permitamos que nuestros adalides del sabor se mezclen
con el granjero que comprime a la cerda en jaulas ajustables, para que no pueda
cambiar de postura ni durante el parto, ni durante la lactancia; no dejemos a
estos visires del emplatado sospechar por un instante el tajo que abre en canal
a la ternera viva cuando la pistola eléctrica resbala y no realiza enteramente
su trabajo; que no vean tampoco sus fervorosos clientes, y público en general,
la castración en serie, la inseminación forzada, la cesárea sin anestesia, la
alimentación a embudo que lacera cada cinco horas el cuello de los patos.
Patos, vacas, cerdos, pollos, ovejas… Hasta sus nombres son vulgares. Cómo
podrían tener cabida en los delicados restaurantes que el europeo frecuenta
cada noche.
*Alberto
Chicote a los cocineros que se disponían a guisar unas pulardas.
Cristina Morano
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