Fiesta y siesta no sólo son las modernas
aportaciones de nuestra patria al lenguaje universal, sino el principal reclamo
de nuestra industria turística. Así es, dominadas las poblaciones del sur de
Europa por una clase empresarial analfabeta y feudal; agotados los recursos
naturales y patrimoniales en la explotación rápida e ineficaz del medio;
expatriados los contingentes de personal cualificado por el nulo crédito
bancario; el Sur no ve otra manera de sobrevivir más que con el turismo de
botellón y apartamento baratero. Secularmente ajenos a su propia ruina, en las
fiestas populares de la costa continúan procesionando vírgenes, echando
vaquillas a las calles y quemando castillos de fuegos artificiales. Y en todos
los casos se aprecia, entre los farolillos y las banderolas, el emblema
repetido de cajas y bancos locales patrocinadores del consuetudinario evento.
Pues la fiesta en el Sur no es la celebración loca, gamberra e inocente que
quisieran los jóvenes anglosajones, sino la plasmación de las buenas relaciones
entre política, empresarios e iglesia que desean sus mayores.
Cristina Morano
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